Ser feliz
Recuerdo que era invierno y vivía en Bruselas. El típico cielo gris melancólico belga, nubes (muchas nubes) y viento. Era un día largo, un día con tensiones en el trabajo. Un día en que la única cosa que deseas es que se acabe. Volviendo a casa en metro desde Anderlecht no dejaba de darle vueltas a qué es lo importante en la vida. Teniendo en cuenta que, te guste o no, hay que ganarse la vida y pagar facturas con tu trabajo, y eso lleva mínimo 8 horas al día, 5 días a la semana. En fin, aquel día en el metro me preguntaba sobre qué es importante en la vida… Nada muy original, pero llegué a una conclusión: hacer lo que te hace feliz. Para mi siempre ha sido la música, para Lázaro (el personaje de mi cuento): la pintura.
Un cuento: La lavanda
Hoy me han despedido. Hace cinco días firmaba un contrato laboral y hoy me han despedido. Diecisiete mil euros en doce pagas eso es lo que había firmado. Firmado con tanta ilusión que tapaba lo que estaba por venir cinco días después. Ha sido un jarro de agua fría. Sigo en estado de shock. Me citaron en un despacho un poco escondido con aire abandonando y me dijeron:
- Lázaro, malas noticias, el presidente siente que no vas a encajar en su proyecto. Ahora vendrá recursos humanos para que firmes unos papeles y esta tarde te vas.
Tal cual, así de crudo, así de rápido. Aún recuerdo su nombre, Álvaro Martín. No era la primera vez que me iba de una empresa. La primera vez fui yo quién notificó mi propia salida a la dirección. Ahora era diferente. Ahora era yo el peón. Siempre me he preguntado: ¿quién es más desalmado? ¿El que decide echarte o el mensajero que en realidad sólo pasa el mensaje? He acabado recordando aquella película de George Clooney en la que vuela por los Estados Unidos como agente consultor de recursos humanos, entrando en multinacionales y despidiendo a personas como si fueran niños que invitas a salir del cuarto de juegos. Uno a uno, con frialdad y sin sentimentalismos.
A un nivel muy profundo y abstracto dentro de mí, me siento feliz. Qué pintaba yo captando franquicias y buscando locales para instalar un Burger King, un Zara o lo que fuera. Si yo en el fondo soy pintor, pensaba mientras entraba en la ciudad adelantando a los coches con media sonrisa en la cara y quitándome la corbata. Al entrar en casa lo primero que hice fue sentarme en el sofá. Medité sobre lo que había pasado. Pensé en lo que haría, cual sería mi siguiente paso y cómo iba a ganarme la vida de aquí en adelante. En cualquier caso y que yo recuerde aquel fue el primer día de mi vida en el que consideré seriamente la idea del destino. La idea de que cada uno tiene uno destino para el cual ha nacido.
Aquella misma tarde y por ninguna razón directa empecé un libro sobre cartas astrales y chamanes. El libro decía que si una carta astral estaba bien hecha podía mostrar nítidamente el destino de esa persona, incluso delatar cuando iba a morir. Mientras pasaba las páginas de mi libro sonó el timbre. Era mi vecina, la señora Batuecas preguntando sí había visto al perro del quinto morder y hacer pis sobre sus flores.
- No señora Batuecas. Acabo de llegar del trabajo y no he visto a nadie.
- ¡Estoy harta Lázaro! ¿Pero qué sucede en este vecindario? Todo el tiempo invertido en el jardín para que el perro de Ramón lo muerda y lo destroce todo.
La señora Batuecas se fue enfada, cerré la puerta y al mirar por la ventana pude comprobar como efectivamente alguien había destrozado su precioso jardín de lavanda. Tenía sentido que el culpable fuese el perro de Ramón, pero no me atrevería a afirmarlo. El jardín de la señora Batuecas era un jardín de lavanda impresionante, desprendía un olor hipnotizador que ciertamente atraía a todo el vecindario. Al final y pensándolo bien, podría haber sido cualquiera.
Eran sólo las cinco de la tarde y ya habían sucedido demasiadas cosas, necesitaba cambiar de aires. Baje a la calle, camine al ultramarinos, compré la cena y regresé. En la vuelta a casa comprobé que las calles que llevaban a mi casa ya no olían a lavanda. El jardín de la señora Batuecas perfumaba no sólo el vecindario sino también el barrio entero. A dos calles de nuestro edificio podías oler la lavanda. Un olor que había acompañado a todos los vecinos a diario en los últimos dos años. Cuanto más me acercaba a casa, más entendía porque la señora Batuecas se sentía tan triste y enfadada. No era su jardín, que también. Todo el mundo conocía nuestro barrio como “el barrio de la lavanda”. Hasta los medios: la televisión, la radio, y las agencias de viajes. Es más, hace cinco días cuando me contrataron (o mejor dicho cinco días antes de despedirme) cuando me preguntaron donde vivía y respondí en la Avenida Pesadilla. Me dijeron:
- ¿Vive usted en la Avenida Pesadilla? ¿Eso no está en el barrio de la lavanda?
- Sí Don Álvaro. Soy vecino de la señora Batuecas; es la propietaria y la persona encargada de plantar, cuidar y proteger esa gran campa de lavanda que tenemos en el vecindario. Antes se encargaba su marido, pero desde que falleció la señora Batuecas ha cogido el relevo. Supongo que a través de esas flores se conecta con su marido de alguna manera.
- Vaya, qué interesante… bueno sigamos con la entrevista.
Mientras me acercaba a casa con las bolsas de la compra, comprobaba como al desaparecer el olor a lavanda todo era diferente. Todo era más triste. Resulta increíble la influencia que puede tener sobre el estado de ánimo de las personas un buen o un mal olor. El día se acercaba a su fin. Me habían despedido, no tenía trabajo, quería dedicarme a la pintura, no sabía que pintar, mi vecina la señora Batuecas se sentía triste, y las calles de mi barrio habían perdido el olor a lavanda.
Llegué a mi edificio, abrí el portal. Subí las escaleras esperando no encontrarme con el perro de Ramón. Pensaba en cual podría ser mi próxima colección de cuadros. Mi próximo proyecto artístico. Al fin y al cabo, lo que siempre he querido es pintar. Pintar bien y poder vivir de ello. Pero para eso, necesitaré un agente, una colección (para empezar), un plan de comunicación y de promoción, organizar una exposición, atraer a amantes del arte que acudan sedientos de emociones y que tengan dinero para comprar mis cuadros.
Abrí la puerta de mi casa, dejé las bolsas en la cocina, abrí una cerveza y fui hasta la ventana. Me senté en mi taburete de pintor y frente a un lienzo en blanco comencé a pintar. Primero pinté un vecindario. Con calles parecidas a mi calle Avenida Pesadilla. Con un tono gris oscuro pinté algo parecido a lo que sería mi edificio y para darle más dramatismo pinté una señora llorando en una ventana. Luego, decidí pintar un perro nervioso ladrando al viento, tirando de la correa de su dueño (se parecía al perro de Ramón). Poco a poco, pinté a todos los vecinos, llené el lienzo de decenas de personas - todas ellas de estilos distintos. Por crear un hilo conductor entre la señora de la ventana y el resto de los personajes, les dibuje a todos expresiones de asombro en sus caras, rozando la desesperación. Apuraba el último sorbo de mi cerveza mientras daba con la idea. Sólo le faltaba una cosa al cuadro. Y así fue: en medio del vecindario pinté un enorme campo de lavanda de un color morado brillante y olvidé todo lo malo que había sucedido ese mismo día.
Gracias por leerme. Mis mejores deseos para el 2021.
Amor, alegría y cariño,
Patricio.
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